sábado, 22 de diciembre de 2007

Cásate y verás: Cuando el rating le ganó al humor

Caracas, Oct 2007. Joaquín Pereira (¡Claro!).- Comenzó como un programa de televisión que mostraba de forma jocosa las etapas que atraviesa una pareja desde el noviazgo y a lo largo del matrimonio. Pero poco a poco fue bajando la escalera de lo chabacano hasta llegar al sótano que sólo había alcanzado en el pasado el programa Cheverísimo, transmitido por el mismo canal de la colina.

Ahora "Cásate y verás" parece que es producido por un macho venezolano promedio, sin instrucción alguna, que quiere ver en pantalla sus adolescentes sueños húmedos o fantasías eróticas:

Dos despampanantes chicas que hacen de periodistas le consultan a un "guachimán" si pueden tomar unas fotos dentro de un hospital, y el funcionario les dice que la única condición es que se quiten la ropa. Listo. Sin queja alguna y mostrando signos evidentes de retraso mental las beldades se desvisten.

Este esquech se repite en múltiples escenarios para el agrado del rating del canal que transmite el programita, y de seguro de los camioneteros que atraviesan la geografía nacional y se instalan en las areperas a esas horas a comerse algo mientras se babean de mantequilla al ver a las actrices (¿?) de "Cásate y verás".

Pero no sólo las jóvenes sin cerebro y poca ropa degradan el humor televisivo. La machacosa repetición de frases pegajosas sin un contexto verosímil o inteligente que las sustenten es un insulto al televidente.

Pareciera que el valor de un programa de TV se midiera por la repetición en los autobusetes, Metro, o en las panaderías de las dichosas frases que si se analizan con cuidado reflejan una forma de sociedad que a diario la escuela y la familia desean (¿desean?) erradicar: Hablamos de la intolerancia, el machismo y el abuso de la mujer como objeto sexual.

Menos mal que Marcel Marceau no puede ver este programa que se dice humorístico, pues está haciendo mímica en la eternidad, porque de estar vivo y presenciar "Cásate y verás" de seguro hubiera roto su artístico silencio y hubiera espetado un "a la merde".

La clase media en un arroz con leche

Caracas, Nov 2007. Joaquín Pereira (¡Claro!).- Mucho se ha escrito de los lugares comunes que utilizan los escritores de telenovelas y que de tanto usarse cansan a la teleaudiencia que exigen alguna sorpresa o apelación a su inteligencia.

No es que la producción que mantiene actualmente al aire el canal de La Colina en horario estelar deje de utilizar los ingredientes típicos del melodrama, pero hay algunos aspectos curiosos y atractivos que sería valioso mencionar y agradecer para ver si se mejora un género que hace años liderizó Venezuela y que ahora lo hacen Brasil, Colombia y Argentina (ni hablar de los bodrios mexicanos).

Lo primero que hay que señalar es el ambiente clase media que se respira en la trama, eso ya es un punto a favor luego de varias producciones basadas en las vidas o de buhoneros y pregoneros o en adinerados de ficción. Ahora el grueso de la trama se centra en una pareja de profesionales cuya vida marital se viene a pique por el machismo del esposo, Tomás Chacón, interpretado por el actor Carlos Cruz.

Otro punto a favor es la inclusión del personaje que encarna Beatriz Valdés, mezcla de fantasma con fantasía o conciencia. Aparte de la calidad actoral de esta actriz de origen cubano, la inclusión de Manuela (madre de las tres protagonistas de la historia) le da un sabor a realismo mágico latinoamericano que ya se extrañaba ver en pantalla.

Destaca también la actuación de Ana María Simón que, sin desprenderse de su capacidad para el humor, está derrochando calidad con un papel dramático mucho más serio que el de la maracucha que le toco interpretar en "Ciudad bendita", producción que también le dio buenos números de rating al canal 4.

Y si de actrices hablamos, no podemos olvidar a una que se instaló en el cariño de los venezolanos desde que la vez que encarnó a Ligia Elena, como protagonista de una historia junto al actor y cantante Guillermo Dávila: Alba Roversi en esta oportunidad vuelve a comérsela con el papel de una sexóloga que se enfrenta a los temores de la edad madura, el peor de los cuales es la posible infidelidad de su marido.

Pero mientras Roversi le inyecta verosimilitud y "carne y hueso" a la historia, la interpretación de Eileen Abad (Belén en la novela) le quita puntos a la producción por volver más tonta de lo que debe ser una enamorada de un hombre que tiene otra dos mujeres.

Por cierto, esta versión criolla de "Big Love" (serie norteamericana que muestra la vida de un hombre con varias esposas) cuenta con el talento de Henry Soto para no naufragar, pues la cara de "ponchao" que pone ante cada requerimiento de alguna de sus mujeres en la novela es de antología.

Y finalmente hay que aplaudir la soltura de Luís Gerónimo Abreu al interpretar al cocinero Simón, locamente enamorado de Balén. Abreu, quien desde niño rondaba los sets de grabación de Venevisión, se proyecta como uno de los actores venezolanos con mayor potencial de los últimos tiempos.

Aún no ha tenido la suerte de Edgar Ramírez, quien participó en la cinta norteamericana El ultimátum Bourne, pero de seguro le llegará el momento de internacionalizarse dado el buen piso actoral que ha construido.

En fin, a base de buenos actores lo que en primer momento se veia como un arroz con mango podría convertirse en otra "Señora de Cárdenas": El público en primera instancia y los libretistas y actores en segundo lugar serán los que determinen juntos esta incógnita.

Aunque mal paguen: Una telenovela sin protagonistas

Caracas, Enero 2008. Joaquín Pereira (¡Claro!).- El ganador del premio Herralde de Novela 2006, con su libro La enfermedad, Alberto Barrera Tyska ha logrado algo insólito en la televisión venezolana: Escribir una telenovela donde la pareja principal pasa desapercibida y las historias paralelas son las que la sostienen en pie.

Aunque mal paguen es el nombre este "bodrio", que bien podría tratarse de la ironía de un guionista subpagado que decidió vengarse al bautizar de esa manera esta producción melodramática nacional que se desarrolla en un pueblo costero de ficción llamado El Guayabo.

El barbero y la cantante; el loco y madre soltera; el cura y la prostituta; la santurrona y el negro; son algunos de los típicos personajes pueblerinos, cuyas peripecias deberían siempre funcionar porque remontan al televidente a una época menos caótica que la actual. Pero el raiting no puede sostenerse sólo con estampas costumbristas.

La única actuación rescatable de esta historia que ya merece que le pongan el letrerito de "The end" es la de la actriz Crisol Carabal, que interpreta un doble papel, el de las hermanas gemelas Aguamiel, que es la "mujer de la mala vida" cuyo amor por el cura del pueblo la redime, y Amparo que es el tipo de mujer a la que le queda muy bien el dicho "del agua mansa librame Dios...".

Carabal logra un impecable desdoblamiento físico, psicológico y hasta en la voz cuando encarna cada personaje. Su Aguamiel nos recuerda a la Lejana San Miguel interpretada por Ruddy Rodríguez en la telenovela Amores de Fin de Siglo, escrita por Leonardo Padrón en 1995.

La inclusión en el reparto de actrices del talante de Caridad Canelón, Ana Karina Manco y Mayra Alejandra Martín; o los carismáticos Fernando Villate, Amílcar Rivero y Tania Sarabia, no han logrado levantar del sótano los numeritos del raiting, bajando estrepitosamente el encendido que obtiene su predecesora en horario, Arroz con Leche.

Barrera Tyska logra con Aunque mal paguen generar en el televidente la misma sensación que produce en los lectores con su novela La enfermedad: Mucha expectativa pero un "no se que" de decepción. Debería irse a tomar unos tragos con su amigo Padrón para tomar algunas ideas, si es que desea seguir produciendo dramáticos en la televisión venezolana.